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Boyaca
Camino a Tota
por Masha Rojas
Recuento
Y ahí está Tota. La laguna se despliega como un abanico multicolor que escurre de sus montañas el verde, rojo y amarillo de los sembrados que asoman como centinelas custodiando ese blanco inmaculado de los poblados, y el azul profundo de este imponente Mar de Boyacá inmerso en tierras paramunas de hombres sudorosos, mujeres cobijadas con ponchos y enaguas, y una leyenda que relatan al dedillo los pequeños de mejillas coloradas y pies de acero.
Cinco horas separan ese remanso de paz de Bogotá. Cinco horas que dejan atrás lenta y plácidamente, esa gigantesca mole de cemento que alberga más de siete millones de personas, un endemoniado tráfico y edificios que brotan como hongos por doquier, para dar paso a uno de los escenarios más naturales y pacíficos del país. Un paisaje digno de tarjeta postal.
El trayecto comienza en la autopista Norte (por la ruta que también lleva al departamento de Santander). Poco a poco se abren paso los interminables cultivos de flores, la represa del Sisga y una hilera de pueblos de los que se asoman, casi que por rigurosa norma, sus pobladores ofreciendo sus viandas y su sonrisa generosa que se extiende como un bostezo, siempre dispuesta a hacer de cada viajero, un amigo.
A menos de dos horas de recorrido se encuentra el límite que separa a Cundinamarca de Boyacá. La primera gran sorpresa y, quizá la más ceremonial de todas, está una media hora más adelante y se encuentra plagada de historias y leyendas que relatan con sapiencia los pobladores que viven a su alrededor y los guías que allí permanecen. Es el puente de Boyacá que emerge por entre las montañas, custodiado por unos cuan tos soldados del batallón Colombia, que tienen la misión de mantener en pie este templo sagrado del ayer.
Veinte minutos más adelante se llega a la capital del departamento. Fría y poco agraciada por fuera, a Tunja hay que conocerla por dentro para descubrir los tesoros arquitectónicos y religiosos que alberga como la plaza Real, la Catedral de la plaza Bolívar o la iglesia de San Ignacio, entre muchos otras construcciones que heredaron de la Colonia su historia e hidalguía.
La ruta conduce ahora a Paipa, unos cuarenta minutos más adelante. La ciudad es conocida por sus modernos complejos turísticos, un inmenso lago, las piscinas termales, los tratamientos de spa con lodoterapia incluida, el concurso de bandas y las deliciosas almojábanas con masato que sus mujeres preparan con recetas de antaño.
Desde este punto se pueden tomar dos rutas que conectan con Tota. La una, lo lleva directamente vía Duitama y Sogamoso en un trayecto de hora y media. La otra alternativa ofrece la posibilidad de conocer más pueblos con rancias tradiciones, como el Pantano de Vargas, a ocho kilómetros de Paipa. Allí se encuentra el monumento de Los Caballos de Rondón, en honor a los héroes de la batalla de Boyacá, diseñado por el maestro Rodrigo Arenas Betancourt en 1969. Aunque este poblado ofrece pocas alternativas turísticas, hay que preguntar por sus quesos que por suerte venden en las tiendas que enmarcan la plaza a muy buenos precios.
Del Pantano a Tibasosa hay sólo 20 minutos de distancia, por una carretera en buen estado. Contrario a lo que se dice en la región, Tibasosa no es sólo mujeres, pese a que se les conoce por su temperamento y porque ellas han estado al frente del pueblo por generaciones. Tibasosa también es arquitectura colonial (hay que ver las casas con portones, ventanales y balcones en donde los osados galanes conquistan a las Julietas contemporáneas), una hermosa plaza principal atiborrada de buganviles y magnolias, calles simétricas y el dulce encanto de la freijoa, que se vende en forma de postres, sabajón o, simplemente, en jugos.
El poblado se encuentra en pleno valle de Sugamuxi invadido de leyendas indígenas que se extienden, por supuesto, a Sogamoso, diez kilómetros adelante. También conocida como la Capital del Sol, con sus 200 mil habitantes, esta es una de las ciudades más prósperas del departamento y uno de los epicentros comerciales de la región.
Por la senda de Tota
En Sogamoso se encuentra el desvío que lleva directamente a la laguna y su zona hotelera. Son treinta minutos que conectan con Aquitania, el pueblo más cercano a la laguna, por una carretera que va siempre en ascenso. Pero la gracia de Tota está en darle la vuelta completa en un trayecto de aproximadamente tres horas.
La vuelta a la laguna se inicia desde Sogamoso por una carretera en buen estado, con infinidad de hatos, casaquintas y un sinnúmero de restaurantes de fin de semana. A menos de 15 kilómetros aparece el centenario pueblo de Firavitoba, con su basílica de Las Nieves que combina el estilo barroco, románico y gótico. De allí a Iza, el pueblo hasta donde llega la carretera pavimentada, hay unos cinco minutos.
Iza semeja un pueblo andaluz, blanco como la cal, con portones y ventanales en madera pintados de verde y con una plaza principal que recibe los domingos a los viajeros de la zona para ofrecerles sus artesanales ruanas y cobijas, así como con sus delicias típicas hechas a base de leche y otras tantos inventos que sus mujeres preparan en fogones centenarios. O, también, sus famosas termales del Batán, en lo alto de una montaña desde donde se tiene una de las mejores vistas panorámicas del departamento.
A los pocos minutos se comienza a explayar este maravilloso Mar de Boyacá que se encuentra a una altura de 3.015 metros sobre el nivel del mar, con sus 12 kilómetros de largo por cinco de ancho y varios metros de profundidad. Si está de suerte (los meses de diciembre a febrero son la mejor época para visitarla) encontrará un despejado paisaje -pocas veces supera los once grados centígrados- adornado con casas en bahareque, algunas abandonadas y otras tantas habita das, sembrados de papa, habas, cebollas y envidia, una flor de color amarillento.
Tras cuarenta minutos de recorrido se llega a Cuítiva, una población de no más de dos mil habitantes, de la que sobresale su iglesia, una verdadera reliquia colonial. Viene luego el pueblo de Tota, una hora más tarde, con su iglesia y su gente dedicada a la agricultura. Y como cualquier mar que se respete, el de Boyacá tiene su playa que dista veinte minutos de este municipio.
Se trata de Playa Blanca, un maravilloso pedazo de arena nívea, ubicado en el extremo sur del lago que cuenta con un restauran te, zona de camping y las aguas menos frías ' de la zona.
Este sitio es ideal para echar a andar la imaginación y navegar en el tiempo recordando la leyenda que sobre Tota se ha contado por generaciones. Esa que hace referencia a unos dioses de la naturaleza que le encomendaron una múcura llena de agua a una familia indígena, con el fin de que la vertieran en un lugar en donde se formara un lago. Cuando arrimaron a lo que hoy es la laguna, los hijos de la pareja regaron por equivocación el agua ocasionando un cataclismo que transformó el paisaje y los dejó sepultados, haciendo de ellos islas y penínsulas que hoy son puntos de interés turístico. De todos ellos, sin embargo, el más conocido y concurrido es el islote de la Custodia, donde hay un sagrario del Señor de los Milagros.
A Aquitania, el pueblo más cercano al lago y el más importante de la zona, se llega quince minutos después (desde ahí la carretera vuelve a ser pavimentada). Allí hay que hacer un alto para conocer la Basílica Menor del Señor de Los Milagros, los cultivos de cebolla v los restaurantes donde se ofrecen los platos típicos de la región: la famosa trucha arcoiris preparada en todas sus formas.
Desde este lugar se emprende la ruta del retorno que incluye, además, una panorámica de los seis hoteles que bordean la zona con cerca de 200 habitaciones disponibles (el Pozo Azul es el más antiguo y tradicional), en donde una noche puede costar desde 40 hasta 180 mil pesos. Pero eso no es problema cuando se llega a este sitio que parece extraído del mismísimo paraíso.
Tomado de la Revista Avianca No. 235, 1998